FRAGMENTO DE LA HOMILÍA DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
Basílica Vaticana
Sábado Santo, 11 de abril de 2020
“Este año percibimos
más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día.
Como nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia
inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían
la muerte en el corazón…
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Papa Francisco, durante la Vigilia |
Pero en esta situación las mujeres no
se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y
del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad…
Jesús, como semilla en la tierra, estaba
por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres, con la oración y
el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza. Cuántas personas, en los días
tristes que vivimos, han hecho y hacen como aquellas mujeres: esparcen semillas
de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de afecto, de oración…
«Vosotras, no temáis […]. No está
aquí: ¡ha resucitado!» (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y
después encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio
y les dijo: «No temáis» (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He aquí el anuncio de la esperanza. Que es también
para nosotros, hoy. Hoy. Son las palabras que Dios nos repite en la noche que
estamos atravesando.
En esta noche conquistamos un derecho
fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un
mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de
circunstancia, con una sonrisa pasajera. No. Es un don del Cielo, que no
podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá bien, decimos
constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y
haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y
el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La
esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios
conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida.
El sepulcro es el lugar donde quien
entra no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para
llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido
clausurada, tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la
tumba, puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a
la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos
esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha
venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz
iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más
oscuros de la vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la
esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen
la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido.
Basta abrir el corazón en la oración,
basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar
entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y
dime también: Ánimo”. Contigo, Señor,
seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos
albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en
resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches,
eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada
podrá nunca robarnos el amor que nos tienes.
Este es el anuncio pascual; un anuncio
de esperanza que tiene una segunda parte: el envío. «Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea» (Mt 28,10), dice Jesús.
«Va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7), dice el ángel. El Señor nos
precede, nos precede siempre. Es hermoso saber que camina delante de nosotros,
que visitó nuestra vida y nuestra muerte para precedernos en Galilea; es
decir, el lugar que para Él y para sus discípulos evocaba la vida cotidiana, la
familia, el trabajo. Jesús desea que llevemos la esperanza allí, a la vida
de cada día.
Pero hay más. Galilea era la región más
alejada de Jerusalén, el lugar donde se encontraban en ese momento. Y no sólo
geográficamente: Galilea era el sitio más distante de la sacralidad de la
Ciudad santa. Era una zona poblada por gentes distintas que practicaban varios
cultos, era la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15). Jesús los
envió allí, les pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué nos dice esto?
Que el anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos
sagrados, sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser
reconfortados y, si no lo hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras
manos «el Verbo de la vida» (1 Jn 1,1), ¿quién
lo hará?
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Papa Francisco, 11 de abril de 2020 |
Qué hermoso es ser cristianos que
consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros
de vida en tiempos de muerte.
Nosotros, peregrinos en busca de
esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la
muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida.
Reflexión –
meditación: (haz silencio, quédate
en el fragmento o pregunta donde más a gusto te sientas, donde te llame el corazón
o sientas ese pálpito, esa frase…, sé paciente y perseverante…)
1)
¿Cómo
llevas estos días de “tragedia inesperada
que se vino encima demasiado rápido”? ¿Hay muerte en tu
corazón?
2)
¿Cómo
ayudas a que florezca la esperanza a tu alrededor?
3)
¿Con
qué expresión del Papa te quedas sobre la esperanza, cambia en algo tu forma de
verlo?
4)
“Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba, puede remover las piedras
que sellan el corazón… Ánimo, con Dios nada está perdido”. ¿Cómo vives la Resurrección en tu vida? ¿Qué piedras de muerte necesitan
volver a la vida en ti?
5) ¿Cómo llevas la segunda parte del anuncio pascual: “el anuncio de la esperanza
no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que hay que
llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y, si no lo hacemos
nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la vida» (1
Jn 1,1), ¿quién
lo hará?”
¿cómo buscarás la
hermosura? (cfr. Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los
demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte.)